El
recorrido por el románico del sur de Francia tiene un punto de
partida en la foto que encabeza este post, cuando la viajera descubre
la imagen de este “curioso” y se pone a buscar en la estatuaria
románica. Así, llega a la abadía de Conques, se entusiasma con el
lugar y embarca al colega para viajar al sitio. El colega propone a su vez la visita a Moissac y, a medida que pasa el tiempo, van
añadiendo nuevos lugares del románico francés: Albi, Cahors,
Rocamadour... y luego Carcasona y
Toulouse.
Ahí
están, al fin, camino de Conques, en el departamento del Aveyron,
una comarca llena de encantos. Los viajeros han partido de Arles, toman la
A-54 hacia Nimes y allí, la A-9, una autopista saturada de tráfico
procedente de España y con destino a Europa o viceversa. La idea
es salir de la A-9 en Montpellier, coger la A-75 en dirección al
viaducto de Millau pero en Montpellier se pasan de la salida y tienen
que llegar hasta la de Béziers. De esta forma han descubierto Sète,
que, además de lugar de nacimiento de Paul Valery y de Georges
Brassens es un sembrado de bateas, y lo anotan para un futuro viaje.
El
primer monasterio fue fundado el año 819 por el eremita Dado. Por
ese tiempo en Compostela se descubrían los restos de quien sería
identificado como el apóstol Santiago, que darían lugar a varias
rutas de peregrinación desde distintos puntos de Europa. Una de esas
rutas pasaría por Conques. Con el propósito de hacer más atractivo
el lugar, en el 866 un monje fue al monasterio de Agen y, tras
ganarse la confianza de la comunidad, se hizo con las reliquias de
Sainte Foy -Santa Fe-, una virgen que había sido martirizada en
tiempos de Diocleciano y que era famosa por curar a los ciegos y
liberar a los cautivos y las llevó a Conques.
Durante
las guerras de religión, los hugonotes ocuparon el pueblo y en 1571
saquearon e incendiaron la iglesia. Se salvó el tímpano y el tesoro
pero se hundió una parte de la nave. Fue secularizada después de la
Revolución. El tesoro se salvó porque, al conocer que iba a ser
requisado para ser entregado a la Casa de la Moneda de Toulouse, los
vecinos, aprovechando una noche de tormenta, se dirigieron a la abadía
y se repartieron los relicarios, joyas y piezas de valor, que
ocultaron en sus casas. Luego, acusaron del robo a unos supuestos
caldereros ambulantes, sin que la investigación que se ordenó
consiguiera aclarar lo sucedido. Cuando la Revolución se remansó, los vecinos devolvieron íntegramente las piezas del tesoro, lo que,
además de honradez y devoción a Santa Fe, refleja el aprecio del
vecindario por su patrimonio. Cuando Prosper Mérimée, que además
de escritor era inspector de Monumentos históricos, descubrió este
tesoro declaró que “no estaba preparado para encontrar tanta
riqueza en semejante desierto”.
Los
viajeros, sin embargo, llegan a Conques deseosos de contemplar el
tímpano policromado, que se abre en la parte occidental de la abadía, que representa el Juicio final según el Evangelio de San Mateo,
labrado en piedra, en los que se distinguen 124 personajes, veinte compartimentos, los justos por un lado, los condenados por otro. Una de las obras fundamentales de la escultura románica en Francia, tanto por sus cualidades artísticas como por sus dimensiones -el frontón tiene 6,70 metros de anchura- y originalidad.
La abadía de Sainte Foy impresiona de cerca. Aunque lo que le ha dado fama y lo que le distingue sea su tímpano, del interior de la iglesia sorprenden sus dimensiones y su simplicidad. En España, exceptuando la catedral de Santiago, hay pocos ejemplares románicos de estas dimensiones.
Del
primitivo claustro apenas quedan restos de la galería occidental,
pues fue arrasado en el siglo XIX y sus piedras, utilizadas para la
construcción de las casas del pueblo.
Los
viajeros eligen para comer un lugar a la altura del lugar: la terraza
del restaurante del hotel Saint Foy, que resulta ser un remanso de paz.
El colega recordará para siempre la carne guisada al vino que comió
allí, ambos recordarán el ambiente de paz, la
amabilidad del personal, la terraza umbría, con las torres de la
abadía por encima de las flores de la jardinera. Un lugar pleno de belleza, donde no
se siente el discurrir del tiempo.


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