domingo, 24 de julio de 2016

La Abadía de Conques: un tesoro en el Camino

El recorrido por el románico del sur de Francia tiene un punto de partida en la foto que encabeza este post, cuando la viajera descubre la imagen de este “curioso” y se pone a buscar en la estatuaria románica. Así, llega a la abadía de Conques, se entusiasma con el lugar y embarca al colega para viajar al sitio. El colega propone a su vez la visita a Moissac y, a medida que pasa el tiempo, van añadiendo nuevos lugares del románico francés: Albi, Cahors, Rocamadour... y luego Carcasona y Toulouse.
Ahí están, al fin, camino de Conques, en el departamento del Aveyron, una comarca llena de encantos. Los viajeros han partido de Arles, toman la A-54 hacia Nimes y allí, la A-9, una autopista saturada de tráfico procedente de España y con destino a Europa o viceversa. La idea es salir de la A-9 en Montpellier, coger la A-75 en dirección al viaducto de Millau pero en Montpellier se pasan de la salida y tienen que llegar hasta la de Béziers. De esta forma han descubierto Sète, que, además de lugar de nacimiento de Paul Valery y de Georges Brassens es un sembrado de bateas, y lo anotan para un futuro viaje.
La A-75 tiene en Millau uno de sus atractivos. Este viaducto, inaugurado en 2004, proyectado entre el ingeniero francés Michel Virlogueux y el arquitecto británico Norman Foster, atraviesa el valle del Tarn y ostenta el record mundial de altura en 343 metros. En total, 2.460 metros sin apenas tocar el suelo, asegura la información oficial. Los viajeros se disponen a parar en el área de Millau para contemplar la obra completa pero lo encuentran cerrado y sin posibilidad de hacer una parada. Finalmente, paran en el área de Aveyron, en Severac de Chateau dejan la autopista y toman la N-88, que pasa por Rodez, de donde sale la carretera a Conques.
La enciclopedia que el colega archiva en su disco duro personal le recuerda que Rodez tiene una notable catedral y allá que van los viajeros, en su busca. En efecto, se trata de una construcción monumental, que, como anécdota, en el siglo XVIII fue utilizada como referencia para establecer el cálculo de la circunferencia de la Tierra y la definición del metro.
En la carretera de Conques descubren la cascada de Salles-la-Source y paran de nuevo. La siguiente parada será ya a las puertas de Conques, parada obligatoria para abonar los dos euros que dan acceso al aparcamiento en las afueras del pueblo, adonde solo se permite la entrada a los coches de los apenas tres centenares de vecinos.
Conques es como ese escenario de los relatos infantiles, donde un monje sale a pasear al jardín, se embelesa con el canto de un pájaro y cuando vuelve al convento no reconoce a nadie ni nadie le reconoce a él porque han pasado varios siglos. En Conques parece que el tiempo se hubiera parado en el medievo. Las torres de la abadía se divisan por encima del caserío. 
El primer monasterio fue fundado el año 819 por el eremita Dado. Por ese tiempo en Compostela se descubrían los restos de quien sería identificado como el apóstol Santiago, que darían lugar a varias rutas de peregrinación desde distintos puntos de Europa. Una de esas rutas pasaría por Conques. Con el propósito de hacer más atractivo el lugar, en el 866 un monje fue al monasterio de Agen y, tras ganarse la confianza de la comunidad, se hizo con las reliquias de Sainte Foy -Santa Fe-, una virgen que había sido martirizada en tiempos de Diocleciano y que era famosa por curar a los ciegos y liberar a los cautivos y las llevó a Conques.
Las reliquias de la Santa atrajeron a multitud de peregrinos -los que antes iban a Agen- y Conques conoció tiempos de esplendor hasta el punto de que en el siglo XI se hizo necesario construir una iglesia más grande para acoger a tantos peregrinos como acudían a rezar a Santa Fe. La abadía se inició por impulso del abad Odolrico, se concluyó en el año 1120 y resultó ser una obra maestra del románico occitano. Las joyas y las donaciones de los peregrinos conformaron un valioso tesoro para la abadía.
A partir del siglo XII empezó a decaer el prestigio de los monasterios benedictinos en beneficio de los del Cister, decadencia que siguió con la peste negra y la guerra de los Cien Años. Los monjes de Conques relajaron su disciplina monacal. En el 1514, el obispo de Rodes acudió a la abadía con el propósito de restablecer la disciplina pero los monjes ni lo recibieron, hasta que el 1537 el Papa disolvió la comunidad y creó una colegiata regular.
Durante las guerras de religión, los hugonotes ocuparon el pueblo y en 1571 saquearon e incendiaron la iglesia. Se salvó el tímpano y el tesoro pero se hundió una parte de la nave. Fue secularizada después de la Revolución. El tesoro se salvó porque, al conocer que iba a ser requisado para ser entregado a la Casa de la Moneda de Toulouse, los vecinos, aprovechando una noche de tormenta, se dirigieron a la abadía y se repartieron los relicarios, joyas y piezas de valor, que ocultaron en sus casas. Luego, acusaron del robo a unos supuestos caldereros ambulantes, sin que la investigación que se ordenó consiguiera aclarar lo sucedido. Cuando la Revolución se remansó, los vecinos devolvieron íntegramente las piezas del tesoro, lo que, además de honradez y devoción a Santa Fe, refleja el aprecio del vecindario por su patrimonio. Cuando Prosper Mérimée, que además de escritor era inspector de Monumentos históricos, descubrió este tesoro declaró que “no estaba preparado para encontrar tanta riqueza en semejante desierto”.
Los visitantes pueden contemplar el tesoro en una sala especialmente habilitada en la galería sur del claustro. Compuesto por relicarios, destaca, entre todas las valiosas piezas, la llamada “majestad” de Santa Fe, datada entre los siglos IX y X, una estatua relicario en oro. Está considerado uno de los cinco tesoros de orfebrería medieval más importantes de Europa y el único en Francia que une tantos objetos de la alta Edad Media.
Los viajeros, sin embargo, llegan a Conques deseosos de contemplar el tímpano policromado, que se abre en la parte occidental de la abadía, que representa el Juicio final según el Evangelio de San Mateo, labrado en piedra, en los que se distinguen 124 personajes, veinte compartimentos, los justos por un lado, los condenados por otro. Una de las obras fundamentales de la escultura románica en Francia, tanto por sus cualidades artísticas como por sus dimensiones -el frontón tiene 6,70 metros de anchura- y originalidad. 
En el centro, Cristo en Majestad. Entre las figuras se reconoce a la Virgen María, a San Pedro, a Abraham, al abad fundador y a Carlomagno, a Santa Fe y a los prisioneros a los que ha liberado, pero también a los monjes indignos, a un borracho, y a los pecados capitales. "Pecadores, si no cambiáis vuestras costumbres, sabed que sufriréis un juicio temible”, advierte una leyenda. El catecismo en piedra al alcance de todos los públicos.
La viajera busca los “curiosos” que despertaron su interés y se sorprende de su pequeñez. Descubre, de paso, que se trata de catorce figuras que se repiten en la arquivolta. La perfección numérica: 14:2=7. Con la octava figura que termina cada serie en horizontal, es la plenitud. En el románico nada es casual. 

La abadía de Sainte Foy impresiona de cerca. Aunque lo que le ha dado fama y lo que le distingue sea su tímpano, del interior de la iglesia sorprenden sus dimensiones y su simplicidad. En España, exceptuando la catedral de Santiago, hay pocos ejemplares románicos de estas dimensiones. 
Tiene hermosos capitales que, sin embargo, quedan oscurecidos por la espectacularidad del tímpano. En el transepto izquierdo se encuentra un altorrelieve representando la Anunciación, del mismo maestro del tímpano. Las 104 vidrieras de la iglesia son de cristal translúcido, fueron diseñadas por Pierre Soulages e instaladas en 1994.
Del primitivo claustro apenas quedan restos de la galería occidental, pues fue arrasado en el siglo XIX y sus piedras, utilizadas para la construcción de las casas del pueblo.

Los viajeros eligen para comer un lugar a la altura del lugar: la terraza del restaurante del hotel Saint Foy, que resulta ser un remanso de paz. El colega recordará para siempre la carne guisada al vino que comió allí, ambos recordarán el ambiente de paz, la amabilidad del personal, la terraza umbría, con las torres de la abadía por encima de las flores de la jardinera. Un lugar pleno de belleza, donde no se siente el discurrir del tiempo.

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