La
Camarga es una comarca de 750 kilómetros cuadrados situada al sur de
Arles, entre los dos brazos principales del delta del Ródano y el
Mediterráneo. Un vergel dedicado a la viticultura, el arrozal, los
frutales y la ganadería caballar y vacuno, especialmente de reses
bravas. Es, además, un humedal de enorme importancia pues aquí pasa
el estío la mayor población de flamencos de toda Europa.
Un
parque natural, un lugar mítico de peregrinación, una rareza. El
destino de los viajeros sensibles, sostiene el presidente Olivier
Noël en el folleto turístico que entregan a los viajeros en la
oficina de Saintes-Maries-de-la-Mer, adonde se han dirigido nada más
llegar.
Esta
Santa Sara era sirvienta de las Santas Marías, con
ellas llegó en la barca y con ellas se quedó. Nada que ver con las
Vírgenes Negras de Rocamadour o Puy en Velay. Los gitanos la han
escogido como su patrona y la veneran con auténtica devoción. En
las peregrinaciones -en mayo, octubre y diciembre- se bajan las arcas
que contienen las reliquias de las Santas Marías y se llevan las
estatuas de las tres Santas en procesión hasta el mar en recuerdo de
su llegada en el siglo I.
Consta la iglesia de una sola nave, con una altura de 15 metros, en el
centro de la cual hay una fuente de agua dulce. Bajo el ábside, una
cripta con la imagen de Santa Sara. En la espadaña, cinco campanas
con sus correspondientes tonos y nombres: Claire, la más antigua,
bemol; Maríe Jacobé-Marie Salomé, sol; Rosa, do; Fulcranne, bemol;
y Reconciliation, fa. Con su aspecto imponente, la iglesia es una
pequeña joya del románico provenzal. Hay
una escalera que conduce a la torre desde la que, aseguran, se divisa
un panorama de la comarca, pero los viajeros han llegado tan pronto
que aún no ha abierto.
En
las Santas Marías los viajeros saludan al Mediterráneo por primera
vez en el año y comen siguiendo el consejo que han recibido en el
hotel donde se alojan, en La table du 9. Como se lo han dicho de viva
voz, en el camino, han especulado sobre si se trataría de una mesa
para nueve, o una mesa nueva pero, al ver el cartel, comprenden que
se trata del Tendido del 9. La omnipresencia de lo taurino.
Los
viajeros, empujados por el tráfico que abarrota el
pueblo, paran el tiempo justo para fotografiar las murallas y siguen
hacia las salinas, unas lagunas enormes de un bonito tono rosa, en realidad una de las riquezas de la población. Explotadas
ya por los romanos, actualmente producen 450.000 toneladas anuales de
sal, muy apreciada por los gourmets. En el camino, encuentran algunas edificaciones típicas que recuerdan vagamente a las barracas valencianas.
La
carretera finaliza en Le Grau du Roi -el Puerto del Rey- convertido
en un lugar de vacaciones totalmente saturado de veraneantes y turistas.
Como no es el plan de los viajeros, paran el tiempo justo para
contemplar el faro y se vuelven a la búsqueda de la fauna
camarguesa.
El
toro camargués -”Raço di Biòu”- también vive en manadas,
sumando alrededor de 20.000 cabezas. Es algo más pequeño que el
toro de lidia, más manso y con cornamenta en alto, que en las
hembras forman una lira y en los machos, una copa. En la comarca se
percibe una auténtica pasión por el toro y por las corridas, que
tienen dos formatos: la lidia, con las distintas suertes y la muerte
del toro, con las Arenas de Arles como catedral, y la corrida
camarguesa, en la que los recortadores pugnan por hacerse con los
distintos trofeos que los toros portan en el pelaje y en las astas.
En la Camarga hay unas 40 ganaderías de bravo, raza procedente de
España.
El
parque está atravesado por una red de senderos reservados a
caminantes y de algunas carreteras que cruzan canales, arroyos y
sembrados diversos: espárragos, viñas, cereal, arrozales... un
paisaje verde en este final de junio. Los viajeros paran donde les
parece bien por el simple gusto de disfrutar del aire limpio y del
silencio del lugar. O para que el colega pueda echar un párrafo con
una manada de caballos que le miran con atención tras la cerca de
madera.
El
estanque de Vaccarès tiene señalizados dos miradores desde los que
se pueden contemplar las aves en su estado salvaje. Armados con
prismáticos de campo y cámaras de fotos, los viajeros toman
posición y dejan pasar el tiempo tranquilamente pensando que, más
que un paseo, la Camarga merece una visita larga, larga. Y se
emplazan para volver en otra ocasión y recorrer a pie esa playa casi
desértica como no hay otra en el Mediterráneo, que va de Saintes
Maries de la Mer a Piémanson, en la desembocadura del Gran Ródano.
Despide
a los visitantes la Cruz de Camarga, sostenida en un corazón y un
ancla, que juntas simbolizan las tres virtudes teologales: le fe, la
esperanza y la caridad. Los brazos de la cruz terminan en dos
tridentes que representan los guardianes del alma camarguesa.
Cualquiera que sea ese alma...
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