lunes, 24 de septiembre de 2012

Madrid, ciudad sin ley




¡Madrid, qué bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas!, escribió Antonio Machado en horas dramáticas para el país. Madrid, Madrid, Madrid, cantó Agustín Lara, desde la ensoñación mexicana. Madrid, Madrid, Madrid, rezongan muchos madrileños a diario, entre el embeleso con la gran ciudad y el hartazgo de su cotidianeidad.
 
Madrid no es una sino tan plural como sean los ojos que la contemplan. Está el Madrid de los Austrias, con sus mesones, sus callejuelas, sus iglesias; el Madrid galdosiano que se cruza en cien pasajes con el Madrid de la Edad de Oro de Lope o Cervantes. Está el Madrid del ensanche en el Barrio de Salamanca, con aspiraciones parisinas.

El Madrid universitario en el entorno de Moncloa, el Madrid de los Borbones en la Plaza de Oriente, el Madrid moderno en lo que fueron los altos del hipódromo, un niuyork en pequeñito, un Madrid con aspiraciones de Brodway en la Gran Vía. Hay un Madrid obrero y un Madrid señorito, un Madrid intelectual y un Madrid castillo y un Madrid cosmopolita y un Madrid mestizo. Un Madrid que madruga y un Madrid que trasnocha.

Siempre ha sido así pero de un tiempo a esta parte, Madrid va camino de convertirse en una ciudad sin ley. Se diría que cualquiera que pisa sus calles está exento de cumplir las leyes que rigen para los nacionales en el resto del país.

Una de las primeras advertencias que hacen al visitante a Praga, ciudad de la Unión Europea, es que sea cuidadoso con los cigarrillos porque si tira una colilla al suelo puede ser multado con una sanción elevada. Pero en Madrid cualquiera puede arrojar al suelo botellas, botellines, papeles, restos de comida, cigarrillos o abandonar en las aceras cajas, muebles, armatostes de toda especie con absoluta impunidad.

Cualquiera puede tocar el claxon gritar, cantar, vocear a cualquier hora y en cualquier lugar en uso de su más libre albedrío e independientemente de si molesta o no. En la ciudad de Valencia la policía requisa los patinetes a los adolescentes que juegan en la calle a la hora de la siesta porque incomodan a los vecinos pero en Madrid –que también es territorio nacional y, a mayor abundamiento gobernado por el mismo partido- las sirenas de los bomberos superan con creces el nivel permitido pero no aceptan que se reduzca porque estiman que esa es una de sus señas de identidad.

¿Que está prohibido el botellón? En Madrid los hay a cientos cada noche –a veces, incluso, a pleno día-. Miles de personas se dan cita en espacios públicos de la zona centro por donde merodean cientos otros que proporcionan bebida al margen de cualquier control. Reuniones que se prolongan hasta que llega el día para martirio de los vecinos que quisieran descansar porque han de madrugar para trabajar.

Frecuentemente, los vecinos llaman a la policía que unas veces acude y otras no. Cuando acude, suele pasar de largo por dos razones, según ha explicado al vecindario algún funcionario. A saber: si la concentración es muy numerosa no se apea del coche porque está en inferioridad de condiciones, no les harían caso y corren el riesgo de ser agredidos. Si el botellón es reducido el coche no se para porque, total, ¿para qué? si son cuatro borrachos desgraciados.

A veces hay suerte y los municipales se bajan del coche, miran detenidamente a algún asistente y, quizá, le aconseja que se vaya a su casa. En ningún caso aplican la ley antibotellón ni al que vende bebidas ni al que las consume. Pero tampoco impide que toquen cualquiera de los instrumentos que suelen acompañar estas reuniones: guitarras, tambores, trompetas, saxos… Ni siquiera pide la identidad de nadie.

Una de esas noches de jarana, los vecinos, hartos de reclamar inútilmente la presencia de la policía, salen a la ventana y, a voz en grito, reclaman silencio a los botelloneros. Éstos se ofenden y devuelven la palabra con insultos. Metidos en juerga, se dedican a lanzar botellas, botellines y demás artillería a las ventanas de los vecinos. Algún vecino presenta denuncia por la agresión. El funcionario le mira conmiserativamente, admirado quizá de que aún le quede fe en la capacidad de actuación policial. “No podemos hacer otra cosa”, confiesa.

Y el vecino, el madrileño que sigue considerando que ésta es una ciudad con múltiples atractivos, se pregunta para qué paga sus impuestos si, a la hora de la verdad, nadie es capaz de hacer cumplir la ley. ¿Por qué en Madrid se permite la impunidad total?

Anda la actual alcaldesa empeñada en conseguir unos juegos olímpicos para el año que se los den. Bien está aspirar a grandes hitos pero ninguno de tal calibre como conseguir que en Madrid se aplique la ley.

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