jueves, 10 de septiembre de 2015

Tavira, ciudad blanca

 
Una de las notas que tienen en común las poblaciones del sur peninsular es su blancura: los pueblos blancos de la sierra gaditana son lo más parecido a los pueblos albos del Algarve. Pues, tomando esa regla como referencia, Tavira vendría a ser la unidad de medida.
Dondequiera que mire el viajero hallará la blancura inmaculada de esta ciudad cruzada por el río Gilao, en pleno Parque Natural de la Ría de Formosa.
Como muchos de los pueblos blancos gaditanos, Tavira se desparrama por una ladera, aquí coronada por un castillo y una iglesia. Se han encontrados restos de una muralla fenicia y su puente más famoso es romano, pero la fortaleza es del siglo XII y fue construida por los árabes que ocuparon estas tierras hasta que en 1239 fueron reconquistadas por los cristianos. El castillo y las tierras que lo rodeaban fue donado por Alfonso X de Portugal a su nieto Alfonso III y luego, modernizado, ampliado y reforzado en 1656. El terremoto de 1755 lo dejó muy dañado y el abandono posterior acabó por desmantelarlo. En 1939 estos restos fueron declarados Monumento Nacional.
El castillo ofrece magníficas vistas de la ciudad y de su entorno; su interior esconde un jardincillo que en la mañana que lo visitamos ofrece un fresco alivio frente al calor exterior. Este es un buen lugar para contemplar la iglesia de Santa María del Castillo, del siglo XIII, con su llamativo y puntual reloj. El Convento de Gracia, situado un poco más abajo de iglesia y castillo, se ha convertido en hotel de la red nacional de Pousadas, equivalente a los Paradores españoles.
Callejeando ladera abajo se llega a la rua da Libertade, la calle principal, y por ella a la Plaza de la República, el corazón de la ciudad. Los viajeros contemplan el monolito levantado en memoria de los caídos en las guerras lusas, tan frecuentes en las ciudades portuguesas, y no pueden por menos de envidiar que este recuerdo esté libre de rencillas o rencores guerracivilistas.
Entre la Plaza de la República y el río se extiende un jardín público primorosamente cuidado, en cuyo centro se alza un templete, que remite a imágenes similares en pueblos españoles. El parquecillo termina en una explanada frente al Mercado de Ribeira, convertido en un moderno centro comercial y de ocio, donde los viajeros se refrescan con un rico zumo de naranjas recién exprimido.
Cerca de donde los viajeros descansan, una pareja mayor discute animadamente. La mujer parece reconvenir al hombre y éste se defiende de mala gana, entre sucesivas toses. Finalmente, ambos se levantan y se dirigen a la salida, caminando con dificultad. Antes de abandonar el recinto, el hombre entra en los aseos, la mujer parece seguir la discusión o advertirle de algo. El colega entra también en los aseos y sale riéndose. ¿Qué pasa?, le pregunto. El viejillo me ha pedido un pitillo, dice, y me ha dicho que su mujer le tiene amargado por el tabaco...
Los viajeros vuelven a cruzar el río por uno de los cuatro puentes modernos que comunican la ciudad vieja con su ampliación. Tanto desde el puente romano, de visita obligada, como desde cualquier otro lugar que se contemple, el conjunto es una población de aspecto plácido y tranquilo, muy apreciada por los visitantes estivales.


Si el viajero busca soledad, arena y mar, este es su lugar también pero debe ir advertido. Tavira no tiene playa pero quienes quieran disfrutar del mar sólo tienen que cruzar la ría y refugiarse en las islas de Cabanas o de Tavira, once kilómetros de playas amplias, limpias y salvajes: Santa Lucía, Tierra Estrecha, del Barril, del Hombre Desnudo, frecuentadas por viajeros de medio mundo.  

3 comentarios:

  1. Y sobre la puente romana, si se presta atención, todavía puede oírse la bella historia de Gilao y Séqua.

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  2. No sé si te lo han dicho pero ver tu nombre aquí y ahora me ha dado un escalofrío en el corazón.
    Hablaré sobre la leyenda en otro momento.
    Siéntete en casa.

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    1. ¿Quién me va a hablar a mí de escalofríos en sitio semejante?

      Gracias por la acogida.

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